“La paz empieza en casa”: Magdalena Zurita, una peregrina santacruceña que lleva el legado de Francisco desde Cañadón Seco al mundo

Creció en en Cañadón Seco un pueblo petrolero del norte de Santa Cruz, vivió la fe en comunidad, caminó mil kilómetros en busca de respuestas y abrazó al Papa Francisco en Roma. Desde entonces, Magdalena Zurita no deja de sembrar amor, ternura y justicia social allá donde va.
Desde la profundidad del sur patagónico hasta los pasillos del Vaticano, la historia de Magdalena Zurita, joven de Cañadón Seco, es un testimonio vivo de cómo la espiritualidad, el compromiso social y el amor por el otro pueden marcar un rumbo de vida.
Tras el fallecimiento del Papa Francisco, Magdalena expresó con dolor pero con convicción: “Francisco fue un maestro que nos enseñó que el cambio empieza en nuestro metro cuadrado”. Con esas palabras, reafirmó su compromiso con un legado que la transformó por completo.
🌍 Del sur profundo al corazón de Roma
Su camino de fe tuvo muchas estaciones. Todo comenzó con una infancia marcada por la vida comunitaria en Cañadón Seco, provincia de Santa Cruz, un pequeño pueblo que recuerda con afecto: “Jugábamos todos, no importaba de dónde venías. Yo siempre rescato ese valor de igualdad”, relata.
La parroquia, los scouts, las misiones en barrios humildes y el ejemplo de su madre catequista moldearon una vocación que más tarde la llevaría a colaborar en la Villa 31 junto al padre Guillermo Torre, en el seno del movimiento de curas villeros impulsado por el propio Jorge Bergoglio.
Fue allí donde vivió la Iglesia pobre entre los pobres, y donde su espiritualidad se abrazó definitivamente a la causa de la justicia social.
Tiempo después, una beca la llevó a Japón, donde estudió una maestría en Estudios de Paz. Al terminar, emprendió una peregrinación de 1.000 kilómetros por Italia. En Roma, gracias a su vínculo con el padre Guillermo, fue recibida en una misa privada por el Papa Francisco en Santa Marta. “Ese encuentro confirmó todo lo que yo sentía. Francisco es una figura que trasciende lo religioso, incluso en lo académico internacional”.
🕊️ Una espiritualidad que se hace cuerpo
Magdalena reconoce que su militancia espiritual no es dogma, sino acción: ayudar, acompañar, mirar a los ojos al que sufre. Como dijo Francisco, “hacer lío, pero con ternura”.
“A veces hay que ser valientes para amar. Pero siempre con paz. Siempre desde el servicio”, sostiene.
Hoy continúa su tarea en la Villa 31, sosteniendo a los más vulnerables con presencia, con escucha, con trabajo concreto. Y recuerda que todo empezó en su hogar, en la escuela pública de su pueblo, en los cerros donde el frío dolía pero también enseñaba.
“El trabajo comunitario empieza en casa: en cómo tratamos a nuestros hijos, a nuestros animales, a nosotros mismos”, afirma. Y agrega con humildad: “Todos tenemos nuestras sombras. Eso nos permite entender el dolor del otro”.
❤️ Magdalena, luz desde el sur
Su testimonio conmueve porque no pretende enseñar, sino compartir. Desde su Cañadón Seco natal, Magdalena construyó una mirada del mundo donde la espiritualidad no es ajena a la política, la justicia ni el compromiso social.
“Nunca dejemos de trabajar en comunidad. A mi Cañadón Seco lo atesoro en el corazón, porque marcó mi camino”, concluye.