Evita, en palabras del gran Eduardo Galeano
“[.] La odiaban, la odian, los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente.
Ella los desafiaba hablando y los ofendia viviendo.
Nacida para sirvienta, o a lo sumo para actiz de melodramas baratos, Evita se había salido de su lugar.
La querían, la quieren, los malqueridos: por su boca ellos decían y maldecían.
Además, Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso y al haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleos y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas, ajuares de novia.
Los míseros recibian estas caridades desde al lado no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visión.
No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavios de reina. [..”.